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Autor: Amsterdam1998 
La prensa deportiva española no es un fenómeno exclusivo ni original de España, por supuesto, aunque desde luego es aquí donde más ha evolucionado, desarrollándose como un producto muy específico dentro del circo mediático que vivimos y gozamos cada día en nuestro país. Díganme ustedes en qué otro lugar del mundo existen dos periódicos, al menos tres emisoras de radio y varias redacciones de Deportes de las cadenas de televisión más importantes del país, que vivan por y para una única entidad. Eso es lo que pasa en España con el Real Madrid. El Madrid genera a diario un porcentaje muy elevado de la información que nutren las parrillas televisivas y radiofónicas, de los medios de comunicación españoles más importantes en el ámbito deportivo. Por eso mismo, y como es imposible sustentar un medio siete días a la semana, veinticuatro horas al día, con contenidos meramente informativos o de calidad, la prensa se ve obligada a rellenar, a generar debates absurdos en su mayor parte, y a retroalimentar esas mismas polémicas para seguir dándole vida al circo del que viven, a costa del Madrid y de los consumidores de esos contenidos. De uno de esos debates me gustaría hablarles hoy: el disparatado y del todo artificial duelo entre Karim Benzema y Gonzalo Higuaín.



Los malos no descansan nunca, por supuesto. Y han vuelto otra vez a la carga. Cuando han descubierto que el equipo que José Mourinho ha conformado en el Real Madrid para esta temporada no es un mero plantel de futbolistas asalariados que vienen a ganar cosas, sino que además es algo parecido a una familia unida que se defiende de ataques externos, y es consciente de su poder y de sus objetivos, los malos, como no podía ser de otra manera, se han empeñado en buscar puntos débiles, y agarrarse a ellos como a clavo ardiendo. Y no es que la competencia por un puesto entre dos de los mejores delanteros del momento en el mundo sea ninguna fisura en el bloque madridista, ni mucho menos, dado que esa competencia, que no rivalidad, ni pique, es lo más sano, lógico y rutinario que existen en cualquier plantilla del planeta fútbol. El problema reside en esa masa más o menos informe de gente que recibe, deglute y procesa ese mensaje y tifa por uno o por otro. Esa gente que no es capaz de distinguir entre buenos y malos. Los que adoptan a Benzema o a Higuaín como sus mascotas domésticas, y colocan las filiaciones personales por encima del bien colectivo y supremo. Ese es su target, y ese es el problema. Digamos, que volvemos a lo de siempre: la educación de la masa social madridista. Esa lucha eterna e inconclusa.

El supuesto canibalismo entre Karim y Pipa no es más que otro invento. Una charlotada más de una prensa amarillista que de algo tiene que hablar entre semana para mantener coleando el negocio, a la espera de más partidos, y de más carnaza. Un truco bastante burdo, el de avivar la lucha entre dos jugadores por un puesto, y muy antiguo, casi del paleolítico sensacionalista. Karim Benzema representa muchas cosas en el imaginario colectivo madridista. Es un futbolista que, por sus características técnicas y físicas sobre el terreno de juego, activa bastantes conexiones límbicas, icónicas, casi irracionales, en el cerebro del madridista avezado y con memoria. Benzema es nuestro vínculo con Ronaldo el Fenómeno y sus cabalgadas en manada, aunque al bueno de Karino no le hayamos visto demasiado a menudo esas trepidantes carreras hacia la gloria, ya que él es más fino orfebre que cañonero. Benzema es el recuerdo indeleble de Zidane y sus controles orientados; de su carácter pausado, tranquilo, que muchos necios confunden con falta de sangre; y sobre todo, es el aroma del baile de Zizou con la pelota, ese aletear de mariposa, esa picadura de avispa rápida, impactante, mientras continúa el baile de ballet con el cuero entre las líneas enemigas. Benzema es la conexión madridista con la Cabilia argelina, con Francia, con L´Equipe y su veneración histórica mal disimulda hacia el Real Madrid como protagonista de la gran literatura del fútbol europeo (recordemos que la Copa de Europa tiene su génesis ahí, en Santiago Bernabéu y en L´Equipe, los sátrapas de la UEFA llegaron después para apropiarse el invento), y más aún: Karim es rap, hip-hop, chulería callejera, contestación, y un modelo de estímulo y motivación para la chavalería madridista.

Pero es que, además de todo eso, Karim Benzema es, muy, muy bueno. Un superclase, un fantasista. Un futbolista perfecto para la asociación y la ruptura. Exquisito con el balón en los pies, posee además una visión de juego más propia de un mediapunta que, combinada con una elogiable generosidad (aunque perjudicial para sí mismo, ya que le anula un tanto su instinto asesino cara a gol) y una gran rapidez mental, lo convierten en un jugador colosal. Enorme. Llamado a ser balón de oro, sin ninguna duda.

Por su parte, Gonzalo Gerardo Higuaín es otra cosa. No alcanza la dimensión estratosférica que Benzema lleva dentro de sí mismo, pero no le hace falta, tampoco. Higuaín, siendo lo que es, es uno de los goleadores más importantes del fútbol actual. El Pipa es un killer, un matador, cuya principal virtud es la avaricia: una cualidad que, en la vida real fuera de los terrenos de juego, no es muy recomendable, y en algunos casos, hasta reprobable. Pero en el fútbol, y para un delantero, la avaricia es gol, y el gol lo es todo. Higuaín tiene el don de meter los goles hasta sin querer. Algo que sólo he visto en tres jugadores a lo largo de mi vida: Pippo Inzagui, Ruud Van Nistelrooy, y Lionel Messi. Y resulta paradójico si uno sigue la trayectoria del Pipita, puesto que, hasta su tercera temporada de blanco (2008/2009) Higuaín padecía serios problemas de concentración en la hora última, suprema y definitiva. Al entrar a matar, se evaporaba toda confianza, y fallaba. Fallaba tanto, y de tantas e impensables formas, que el chico quedó marcado. Casi traumatizado. La natural tendencia a la burla y mofa del pueblo madridista para con ciertos cachorros suyos (casi siempre extranjeros, jóvenes, inexpertos y sin padrinos en la prensa: ya ven, el pueblo madridista también es muy valiente) estuvo a punto de echar al traste la carrera en el club de Higuaín, un tipo que venía de golear con 19 años a Boca con River delante de todo el Monumental y que llegó a derretirse al encarar al portero del Levante. Pero lo que son las cosas. Mutó en crack, y mutó en goleador. Compartiendo trinchera con los dos grandes goleadores de la Copa de Europa en la pasada década, Van Nistelrooy y Raúl, y partiendo siempre con desventaja en una lucha que amenazó con convertirse en bucle infernal para él al asomarse a una titularidad reservada por decreto a un decrépito capitán, Gonzalo fue creciendo, desarrollando capacidades cognitivas y futbolísticas que lo alejaron del chaval de fútbol alegre, saltarín y flacucho que vino en diciembre de 2006, y que le hicieron más duro, más sombrío, más ambicioso y más implacable. Transformándolo en uno de los mejores cinco goleadores de la élite europea de la actualidad.

¿Sólo es eso Higuaín? Evidentemente, no. Otra de las similitudes más acentuadas, y curiosas, entre Karim Benzema y Gonzalo Higuaín es la generación de interconexiones simbólicas en la cultura madridista. Son jugadores hipertexto. Pinchas en ellos y te llevan a otras cosas. A otras muchas cosas. Si Benzema es Francia, Copa de Europa, L´Equipe, Zidane, Ronaldo, Cabilia y rap, Higuaín es Di Stéfano y River. Y estamos hablando de palabras mayores. En River nació para el fútbol el mejor futbolista de la Historia, jugador génesis de la leyenda del Real Madrid, figura sobre la que se asienta la grandeza, el carácter y la corona del escudo blanco. Don Alfredo Di Stéfano salió de River, como Higuaín, y además salió pronto. Uno hacia Millonarios de Bogotá, escala previa a la llamada de Bernabéu, y el otro directamente hacia La Castellana. Higuaín es River, tango, potrero, el clasicismo puro del nueve que machaca las defensas contrarias siguiendo el viejo e inmortal ABC del fútbol: recibir, controlar, patear, sin mirar la portería, con la red en la cabeza. Si Benzema es otro fútbol, moderno, dinámico, de indiscutible origen indoor, de pisar, aguantar, bailar con el cuero, asociarse, revolverse en una baldosa y taconear, el Pipita es la seguridad del fútbol puro, de toda la vida. Del obús desde la frontal del área, de la gambeta corta y rápida, a un lado, del recorte y el gol en dos toques. Higuaín entronca con la corriente argentina de la que el gran Madrid campeón de Europa siempre se nutrió: además de Di Stéfano, Fernando Redondo, jugador dominante del Madrid de la Séptima y la Octava, y Santiago Hernán Solari, cuya temporada en el año de la Novena debe ser recordada siempre, no ya por su talento, sino por el ejemplo que supuso su lucha por la titularidad partiendo desde la banca con mínimas posibilidades, siempre callado, siempre trabajador, siempre generoso.

Dijo una vez Bernabéu, el patriarca, que en todo equipo campeón ha de haber un par de argentinos, y vive Dios, que es cierto. El carácter competitivo y canchero de los argentinos está harto probado con el Pipa. Higuaín se ganó para siempre el corazón del madridismo guerrero con varias actuaciones inolvidables. El gol al Español, el de Pamplona que selló la Trigésimo primera Liga, etc. Pero lo que más recordaré siempre fue el gol al Getafe, en el 3-2 de la locura de Pepe, y lo recordaré siempre por ser, precisamente, un gol a la postre inútil, puesto que perdimos la Liga de la nefanda manera que todos sabemos y yo no voy a rememorar de nuevo. Higuaín conectó ahí, quizá para siempre, con la batalla intrínseca que la camiseta madridista guarda en sus costuras. Con la pelea, con la negación de la derrota. Con el morir matando, tan español, tan nuestro. Higuaín es capaz de sacar a martillazos el orgullo del pecho del madridista más frío y hacerlo aflorar, con su guerra sin cuartel, con la obstinación de su mirada, y con su juego asimétrico, quizá poco estético pero de brutal ansia primigenia por la victoria. Por su denuedo y corazón.



La prensa deportiva española seguirá inoculando el virus de la polémica estéril y la discusión baldía. Como este tema, podrían haber elegido otro. Igual de baladí, por supuesto. Y en cuanto se agote esa infundada competencia entre nuestros dos delanteros, habrá otras, no lo duden. El caso es que aquí han encontrado un público objetivo: terreno fértil sobre el que seguir alimentando la polémica. Un público objetivo que quizá estaba esperando algo así, puesto que, con su escasa formación por un lado, y con la tendencia natural a la autodestrucción pueril por otro, son terreno abonado para dualidades forzadas: Benzema/Higuaín, Ronaldo/Messi, Mourinho/Pep, Khedira/Lass, y bla, bla, bla. Niñerías amplificadas por el carácter global del fútbol y su repercusión social. Disfrutemos de Benzema y de Higuaín, y de lo que nuestro entrenador decida hacer con ellos. Seamos serios y coherentes. Hagamos una pira con cada AS y Marca que caigan en nuestras manos. Apaguemos la tele cuando salgan nos infames Manolos. Gocemos sin pedir perdón a nadie.

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